Las habilidades básicas como cimiento de la competitividad humana.

En un entorno donde el conocimiento técnico se vuelve obsoleto con rapidez, las habilidades básicas —empatía, autoconciencia, resiliencia y liderazgo— se revelan como la verdadera esencia del éxito profesional y personal. Este artículo invita a redescubrir el valor de la inteligencia emocional y su impacto en la competitividad humana, mostrando cómo México puede convertir estas competencias en motor del progreso ante los desafíos del nearshoring y la era digital.

HABILIDADES BÁSICAS

Por Francisco Rangel Cáceres

10/26/20255 min read

En el ámbito profesional, solemos asociar el éxito con el dominio técnico, los títulos obtenidos o la capacidad para resolver problemas complejos. Sin embargo, una mirada más profunda revela que las trayectorias más brillantes no siempre pertenecen a quienes acumulan más conocimientos, sino a quienes saben conectarse mejor: quienes comprenden sus propias emociones, inspiran confianza, escuchan con empatía y transforman los conflictos en oportunidades. Son esas personas que, más allá del saber, logran hacer sentir, y es allí donde radica su verdadero liderazgo.

Como estudiante, tuve la oportunidad de analizar cómo la noción de inteligencia ha evolucionado a lo largo del tiempo: de medirse en cifras rígidas a concebirse como una red dinámica de capacidades cognitivas, sociales y emocionales. A inicios del siglo XX, Edward Thorndike (1920) desafió la visión tradicional del intelecto al introducir el concepto de inteligencia social, planteando que la verdadera sabiduría consistía en comprender y manejar las relaciones humanas con acierto. Su propuesta rompió la idea de que el éxito dependía únicamente del cociente intelectual y destacó la importancia de motivar, persuadir y conectar con los demás: habilidades que hoy reconocemos como el corazón del liderazgo.

Décadas después, Howard Gardner (1983) amplió esta perspectiva al presentar su teoría de las inteligencias múltiples, reconociendo que comprender a los demás y conocerse a sí mismo son formas legítimas e indispensables de inteligencia. La inteligencia interpersonal e intrapersonal se convirtieron en los pilares de un nuevo paradigma educativo y profesional: el que valora tanto la mente como la sensibilidad, la técnica como la empatía. En ese marco, el éxito comenzó a medirse no solo por lo que se sabe, sino por cómo se convive, se decide y se siente.

Posteriormente, Peter Salovey y John D. Mayer (1990) formalizaron el concepto de inteligencia emocional, definiéndola como la capacidad de percibir, comprender y regular las emociones propias y ajenas para guiar el pensamiento y la acción. Su aporte científico transformó lo que antes era intuición en evidencia: las emociones no son un obstáculo para la razón, sino una fuente de información esencial para pensar con claridad, actuar con ética y construir relaciones efectivas.

El punto de inflexión llegó con Daniel Goleman (1995), quien llevó la inteligencia emocional al mundo de las organizaciones, la educación y la cultura popular. Al proponer cinco dominios —autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales—, demostró que el dominio emocional puede ser un predictor más poderoso del éxito que el propio coeficiente intelectual. Goleman evidenció que la capacidad de influir positivamente en los demás, manejar el estrés y mantener la motivación define, en última instancia, la diferencia entre un profesional competente y uno verdaderamente inspirador.

Estas ideas, por más fascinantes que resultaran en la teoría, solo cobraron pleno sentido cuando las viví en carne propia: en la manera en que me relacionaba, dirigía equipos y enfrentaba los retos del trabajo cotidiano. La última experiencia la tuve hace unos días, cuando asistí a un evento donde se entregarían certificados en el área de tecnología. Los discursos transcurrían con normalidad hasta que el tercer orador —un funcionario de alto nivel— subió al estrado. Su tono era débil, sus palabras carecían de energía y su mensaje de claridad. En cuestión de segundos, el público perdió la atención: los murmullos crecieron, el bullicio se apoderó del foro y, pese a sus esfuerzos, el expositor no logró reconectar.

Aquella escena, más allá de su aparente trivialidad, me llevó a reflexionar sobre la importancia de las habilidades que, paradójicamente, se consideran “básicas”. Son las más determinantes para el éxito, porque constituyen el lenguaje silencioso del liderazgo, la colaboración y la resiliencia. En un mundo donde el conocimiento técnico se renueva cada día, las competencias emocionales permanecen como el hilo invisible que une la técnica con la humanidad, y el talento con el propósito.

El Informe sobre el Futuro de los Empleos 2025 del Foro Económico Mundial (2024) señala que ayudar a los trabajadores a desarrollar la combinación adecuada de habilidades técnicas y humanas será esencial a medida que el mundo laboral continúe evolucionando. De acuerdo con el estudio, el pensamiento analítico sigue siendo la competencia más valorada por los empleadores, ya que siete de cada diez empresas la consideran fundamental. Le siguen la resiliencia, la flexibilidad y la agilidad, junto con el liderazgo y la influencia social, lo que subraya el papel crítico de la adaptabilidad y la colaboración en estrecha relación con las habilidades cognitivas. Por su parte, el pensamiento creativo, la motivación y la autoconciencia ocupan el cuarto y quinto lugar, respectivamente, consolidando el valor de las capacidades que combinan reflexión, innovación y equilibrio emocional.

La presencia de habilidades cognitivas, de autoeficacia e interpersonales entre las primeras posiciones evidencia la prioridad que los empleadores otorgan a contar con una fuerza laboral ágil, innovadora y colaborativa, en la que tanto la capacidad para resolver problemas como la resiliencia personal son factores determinantes del desempeño y la permanencia en un entorno laboral en constante transformación.

En conjunto, estos hallazgos refuerzan la idea de que el éxito profesional no depende únicamente del dominio técnico o del nivel jerárquico, sino de la capacidad para integrar y aplicar de manera equilibrada un conjunto de habilidades humanas y cognitivas que favorezcan la comunicación efectiva, la empatía, la adaptabilidad y la cooperación. En un contexto donde la tecnología avanza más rápido que las estructuras organizacionales, las denominadas habilidades básicas dejan de ser un complemento y se consolidan como el verdadero cimiento de la competitividad humana.

Hoy sabemos que las habilidades básicas no son una adición blanda al conocimiento duro, sino el alma que lo vuelve útil y trascendente. Un profesional sin empatía puede tener un título, pero no liderazgo; sin autoconciencia, puede trabajar, pero no inspirar; sin autorregulación, puede alcanzar metas, pero difícilmente sostenerlas.

En el fondo, las habilidades básicas nos recuerdan que el éxito profesional no consiste solo en saber hacer, sino en saber ser. Y en un mundo donde el cambio es la única constante, esa sigue siendo la competencia más esencial de todas.

En el contexto actual, en el que México se ha consolidado como un destino atractivo para la inversión bajo el modelo de nearshoring, resulta imperativo adaptarse a la nueva configuración de habilidades que definirá el mercado laboral hacia 2030. Ya no bastan las competencias tradicionales; se requieren habilidades tecnológicas avanzadas —como inteligencia artificial, análisis de datos y ciberseguridad— combinadas con competencias humanas. Solo la integración equilibrada de ambos tipos de capacidades permitirá responder con eficacia a las exigencias de una economía global cada vez más interconectada y digital.

Si el país no actúa con decisión y sentido de urgencia para cerrar la brecha de talento, fortalecer la infraestructura digital y tecnológica, modernizar sus planes de estudio para incluir habilidades digitales y prácticas, invertir en la formación docente y fomentar la colaboración entre gobierno, industria y academia a través de Comunidades de Innovación, corre el riesgo de rezagarse frente a aquellas naciones que ya invierten de manera agresiva en el desarrollo de las habilidades del futuro. Por el contrario, México tiene una oportunidad única: si gobierno, empresas e instituciones educativas asumen con visión esta transformación, podrán generar empleos de mayor calidad, impulsar la productividad, fomentar la inclusión y fortalecer la competitividad internacional. En este proceso, las habilidades básicas —tecnológicas, cognitivas y socioemocionales— serán el verdadero motor del progreso sostenible.

Referencias

  • Foro Económico Mundial. (2024). The Future of Jobs Report 2025. World Economic Forum. https://www.weforum.org/reports

  • Gardner, H. (1983). Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences. Basic Books.

  • Goleman, D. (1995). Emotional Intelligence: Why It Can Matter More Than IQ. Bantam Books.

  • Salovey, P., & Mayer, J. D. (1990). Emotional intelligence. Imagination, Cognition and Personality, 9(3), 185–211. https://doi.org/10.2190/DUGG-P24E-52WK-6CDG

  • Thorndike, E. L. (1920). Intelligence and its uses. Harper’s Magazine, 140(835), 227–235.